Borges y Cortázar se conocían y se admiraban mutuamente a
pesar de las diferencias ideológicas. Es famosa la anécdota que cuenta el autor
de El libro de arena en el prólogo a Cartas de mamá: “Hacia 1947 yo era
secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah
de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible
manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que
traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los
diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias.
Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi
hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente
famoso, era el que se titula ‘Casa Tomada’. Años después, en París, Julio
Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que
veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra”.
Cortázar, a su vez, consideraba que en Borges todo estaba
“admirablemente dicho”: “En principio soy –y creo que lo soy cada vez más– muy
severo, muy riguroso frente a las palabras. Lo he dicho, porque es una deuda
que no me cansaré nunca de pagar, que eso se lo debo a Borges. Mis lecturas de
los cuentos y de los ensayos de Borges, en la época en que publicó ‘El jardín
de senderos que se bifurcan’, me mostraron un lenguaje del que yo no tenía
idea”. Consideraba, además, que escribió “algunos de los mejores cuentos de la
historia universal de la literatura”.
Sin embargo, es también sabido que ideológicamente estaban
en lugares antagónicos, aunque ellos mismos pudieron sobrellevar esa
diferencia. Borges consideraba que
Cortázar había sido condenado o aprobado por sus opiniones políticas, pero
“fuera de la ética, (…) las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y
efímeras”. El autor de Rayuela decía que, a pesar de disentir con muchas de las
opiniones de Borges, mantenía con él una amistad a través de la distancia: “Me
temo que esa posición no sea entendida por los que cada vez pretenden más que
el escritor sea como un ladrillo, con todas las aristas a la vista, el
paralelepípedo macizo que sólo puede ajustarse a otro paralelepípedo. No sirvo
para hacer paredes, me gustan más echadas abajo”.
Es difícil abstraerse de ciertas declaraciones de Borges, es
cierto, pero también es cierto que la obra de un autor debería poder ser
analizada más allá de cuestiones políticas o ideológicas. Es desde el lugar de
la literatura desde donde planteo las cuestiones que siguen.
Borges es netamente apolíneo. Cuando uno lo lee, siente que
cada palabra, cada oración y cada párrafo han sido pensados y construidos como
un edificio perfecto, sólido, sin rajaduras ni fallas. Cortázar es dionisíaco,
experimenta, rompe los moldes, juega con las palabras, altera la sintaxis, deja
de lado la puntuación, pero siempre con un propósito estético. Borges es más
clásico, Cortázar más vanguardista. A pesar de esas diferencias, ambos son
clásicos en el sentido de su universalidad, de la amplitud de sus temas, de esa
capacidad de conmover a lectores de lugares y épocas tan diferentes.
Cuando a veces escucho frases como “¿otra vez Borges y
Cortázar?”, o que mejor es leer autores nuevos o que hay que matar a los padres
literarios, pienso que una cosa no excluye a la otra: se puede leer lo nuevo
sin dejar de conocer a estos dos genios. Y me hago cargo de esta afirmación:
hay que frecuentar los clásicos, y hay que conocer a nuestros clásicos que son el
sustrato de todo lo que viene después y los que recogen la tradición de tantos
otros. Personalmente, mucho de mi amor a la literatura se lo debo a algún
cuento de Borges o a algún texto de Cortázar, y los disfruto aunque los haya
leído varias veces.
En si vale la pena leer toda la postura para conocer qué opinaba el uno del otro. Y que a pesar que uno era Capitalista y el otro Comunista, comparten algunas cosas juntos.